jueves, 26 de enero de 2012

Mocovíes, vilelas, tobas, matacos

"Entre las culturas primitivas del Chaco...la destrucción de la Humanidad se habría producido mediante un fuego devastador. El misionero jesuita Guevara registró el mito mocoví de la caída del Sol: “Entonces fue como por todas partes corrieron inundaciones de fuego y llamas que todo lo abrazaron y consumieron: árboles, plantas, animales y hombres. Poca gente mocoví, por repararse de los incendios, se abismaron en ríos y lagunas, y se convirtieron en caimanes y capiguarás. Dos de ellos, marido y mujer, buscaron asilo en un altísimo árbol desde donde miraron correr ríos de fuego que inundaban la superficie de la Tierra; pero impensadamente se arrebató para arriba una llamarada que les chamuscó la cara y los convirtió en monos, de los cuales tuvo principio la especie de estos ridículos animales”.

Pero para imaginar la grandiosidad de lo ocurrido en Campo del Cielo, hay que pensar en moles de gran volumen que cayeron acompañadas de miles de fragmentos menores, todo en estado incandescente. Pudo haber ocurrido en minutos y tras el estrépito, el fragor de los bosques incendiados. Así lo indican los restos carbonizados encontrados al buscar debajo de los meteoritos. Pocas veces el hombre habrá sentido más cerca la inminencia del fin del mundo, del Apocalipsis.

La estudiosa Elena Lozano obtuvo de un informante de la tribu vilela la memoria de un fuego grande que quemó todo: “árboles, pájaros, todo. Una pareja cavó un pozo donde, con la demás gente se protegieron del estrago. Al concluir el fuego grande, el patriarca recomendó a los que salían que no miraran el suelo quemado. Pero una muchacha lo hizo y se convirtió en guasuncho, otra se convirtió en nutria y se fue a la laguna. Un viejo se hizo yacaré y una vieja gorda, loro. El patriarca y su compañera, que cerraron los ojos al salir, procrearon dos hijos, varón y mujer, a los que autorizaron la unión conyugal para que haya gente otra vez”.

El investigador chaqueño José Miranda Borelli, recogió versiones semejantes entre informantes de las tribus tobas y matacos; todas con la narración del holocausto y el refugio en la cueva del escarabajo.

Los primeros españoles que llegaron a Campo del Cielo escucharon estos relatos a los meleros (buscadores de miel silvestre), además comprobaron, en pequeñas batallas con los aborígenes, que ellos remataban sus lanzas y flechas con trozos de metal. Dado que las rocas más cercanas estaban a más de 500 kilómetros de la región y que los naturales desconocían las técnicas metalúrgicas, el metal debía ser fruto de alguna razón desconocida."

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